26/1/09

Destino, casualidad, algo fortuito y aburrimiento

Sentada en la cafetería de la zona de Urgencias del considerado mejor hospital de la ciudad, Laia sostiene una pequeña cucharilla con la que da vueltas a un café con poco azúcar para su gusto, demasiado caliente para ser bebido y lo suficientemente cargado como para que tenga la certeza de que esa noche tampoco dormirá.

Ensimismada en la simple tarea que cumple su mano derecha, piensa, tal vez con demasiado patetismo poético, en lo fácil que le resultarían las cosas si esa cucharilla fuese una varita mágica con la que poder dar vueltas al mundo y hacerlo girar a su antojo.

La batería de su mp3 se quedó sin carga hace horas, su móvil se apagó durante la vigésima llamada del día y ya ha leído más de una decena de veces la dedicatoria que su hermano le escribió en la primera página del libro que terminó de leer hace ya demasiados minutos.

Sin querer o, tal vez, como mera distracción, comienza a escuchar la conversación que dos (que parecen ser amigas) mantienen en la mesa que hay a su espalda. Laia saca sus propias conclusiones de las palabras que intercambian ambas mujeres. No va a girarse, no quiere mirarlas. Sabe que hacerlo sería algo demasiado descarado y, además, la entretiene ese juego de hacer hipótesis sobre ellas que mantiene consigo misma. Sabe que todavía le queda por delante un considerable tiempo de espera, así que aguardará a que se marchen y entonces sí que las mirará y sabrá si son amigas como ella supone, si en realidad son madre e hija o si su parecido físico es lo suficientemente notable como para aseverar que son hermanas.

Veintisiete minutos y medio después, las ocupantes de la mesa a la que Laia da la espada, deciden que ya es hora de marcharse. La primera en pasar delante de los ojos de Laia es una joven de unos veinte años, morena, de pelo liso y flequillo extremadamente corto. Se dirige a la barra para pagar lo que ambas han tomado mientras la segunda termina de ponerse el abrigo, coger el bolso, etc. Antes de que pueda mirarla, a la segunda desconocida se le caen unos cuantos papeles que porta en un gran sobre de color blanco con el anagrama del centro hospitalario, justo a la altura de dónde Laia se encuentra sentada. Estira su brazo izquierdo hacia el suelo, los recoge y se los entrega.

-Muchas gracias… -dice cortésmente la segunda desconocida-.

-No, gracias a ti… -responde Laia-.

La respuesta de Laia sorprende a la segunda desconocida, una mujer de unos treinta años que se encuentra en avanzado estado de gestación. Se miran y la cara de sorpresa de ambas les hace regalarse mutuamente una sonrisa cómplice (tan cómplice como pueda ser la sonrisa de dos que no se conocen y a quienes une un hecho meramente fortuito).

La mujer embarazada se aleja sonriendo y pensando que la amable desconocida que recogió del suelo los papeles que se le habían caído, estaba tan absorta en sus pensamientos que, sin percatarse de lo que decía, le había respondido de manera automática.

A Laia la ocupa el mismo pensamiento.

-No les quedan caramelos de eucalipto, Raquel, ¿te valen de menta? –le dice la primera desconocida a la mujer embarazada-.

En ese preciso instante, y tras escuchar el nombre de Raquel, la mente de Laia es invadida por un sinfín de imágenes de su adolescencia. Son imágenes de sus diecisiete años, de su primer amor, de una larga lista de promesas de futuro y amor eterno, de riñas y disputas de novios y de la primera vez que su corazón se rompió (de verdad) en mil pequeños pedazos.

Pero también son imágenes de Raquel. Quisieron el destino, la casualidad, un hecho fortuito y el aburrimiento, que la segunda desconocida fuese en otro tiempo Raquel, la novia del mejor amigo del novio de Laia, de la que él (el primer amor de Laia) siempre estuvo secretamente enamorado.Comenzó a rebobinar en su cabeza la conversación que había escuchado, ató cabos y, además de comprender la alegría de que en su estado todo estuviese yendo bien y las lágrimas por quién le hacía daño, le rompía el corazón y secretamente la engañaba, también entendió el verdadero significado del “No, gracias a ti…” que le había respondido a la mujer embarazada (a esa que comenzó siendo la segunda desconocida y terminó siendo Raquel).

11 comentarios:

Anónimo dijo...

La de cosas, sensaciones y situaciones que te pueden ocurrir tomando un café.
Me quedo con el detalle mp3. Gracias a que la batería de este se agoto, el menda ha saboreado este fabuloso escrito.

Edamal dijo...

Es curioso ver las vueltas que da la vida y como personas que creemos que se han ido de nuestras vidas se cruzan como flashes en nuestras vidas aunque sólo sea durante unos segundos.
Me ha encantado la historia, es preciosa!!

Besos

Sara dijo...

Me he liado al final. Sé que hay algo entre líneas pero no acabo de captarlo... No te preocupes, mi mente lleva dos semanas K.O por culpa de tanto examen, volveré a leerlo cuando me recupere a ver si capto el secreto.. ;)

PD. Gracias a ti he encontrado una manera fácil de actualizar el blog sin tener que pensar :p
Ya tienes la tercera (primera) parte.

Sara dijo...

Vale, puede ser que la embarazada estuviese casada con el exnovio de Laila? No, tiene que ser otra cosa... me estoy rayando!! Por favor, desvélame el misterio!!

Lauriña dijo...

Tanto como preciosa no me parece la historia, sobre todo para la desconocida número 2. Para Laia considero que fue una lección más a interiorizar, una de esas cosas que la vida, el destino, la casualidad, una situación fortuita.... dilo como quieras, te pone delante para demostrarte que todo lo malo tiene su parte "buena", que absolutamente todo pasa por algo y que cuando una puerta se te cierra es porque más adelante se abrirá una pequeña ventana.

Mientras le daba vueltas al café Laia miró por esa pequeña ventanita, comprendió y dio las gracias por ello a quién tenía más cerca. Así se explica su respuesta ;)

pd. y podría decírtelo pero no voy a hacerlo! :p

Besitossss!! ^^

Unknown dijo...

La vida da tantas vueltas como tu maravillosa imaginación, María.

Me ha gustado la historia, he imaginado, he visualizado la situación... y casi he sentido los sentimientos de Laila en esos instantes.

¿Sabes una cosa? Te echo de menos. Besos.

Camaleona dijo...

Me encanta saber que mis ex novios están estupendamente sin mí, porque estoy completamente convencida de que yo estoy estupendamente sin ellos.

La que riega el jardín dijo...

Estas casualidades me gustan! :)
Lo has narrado muy bien.

Óscar Sejas dijo...

Sin ánimo de ser toca narices hay una falta de ortografía en el texto que me tira para atrás. La misma es "barita mágica" con b. ¡¡Ains galleguiña!!

En cuanto al texto está bien pero quizás lo encuentro algo precipitado a partir de cuando se le caen los papeles al suelo. Demasiados descubrimientos en un margen muy corto de tiempo.

Encuentro en esta historia ciertos parecidos que asocio a una pequeña investigación detectivesca que cierto día sucedió, y de la que creo ya te hablé.

Quizás por eso no pueda ser neutral al juzgarla.
Pero yo en su lugar no daría las gracias.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Gracias por la corección. Ya está modificado...

Al dijo...

Me ha gustado el encuentro fortuito de Laia aunque no tanto el nombre de la prota, ya sabes lo pienso de este nombre que a ti tanto te gusta.... xD además, creo que, como tú dirías, ha sido una coincidencia con grandes dosis de carga didáctica, ¿no crees? ;)

-> los "mea culpa" a veces son entonados en positivo.

-> luego también están los que se pierden en cosas superfluas y no se enteran. Jamás podrían contar algo así porque aunque viviesen mil encuentros como este, jamás caerían en la cuenta de que están sucediendo.

-> silencio, silencio... shhhhhhhhhhhh ;)


y tralari tralará xDDDDDDDDDDD