17/9/08

¿Dónde están los gatitos) (cc. 113) Segunda parte

Cuando llegué al salón, Elsa continuaba chillando. En pijama, despeinada y con el pelo revuelto. Blanquita (que no chillaba porque no es una niña histérica sino una gata y los gatos maúllan) parecía nerviosa, daba vueltas y más vueltas dentro del cesto de mimbre. Al poco rato apareció la abuela Juana también en camisón y con el pelo más enmarañado que el de Elsa. Con las prisas, se había puesto la bata de casa del revés y aunque en el pie derecho se había calzado la zapatilla del izquierdo, en el izquierdo traía una sandalia…

-¡Los han secuestrado! ¡Los han secuestrado! ¡Han secuestrado a los gatitos! –empezó a repetir Elsa una y otra vez-.

La abuela (como buena persona mayor que es) trató de tranquilizarnos y nos organizó para que buscásemos a los gatitos por la casa, el patio y el garaje. Decía que como eran “recién llegados” estarían husmeando por la casa como habíamos hecho Elsa y yo el primer verano que pasamos en la casa de la abuela.

A mí me tocó ir a buscarlos en el garaje. Busqué por todos los rincones y los llamé a los tres por sus nombres, pero parecía que allí no estaban. Cuando ya iba a volver a la casa, se me ocurrió mirar también dentro del coche viejo y estropeado que allí estada (papá siempre dice que hay que llevar un gato en el coche y a lo mejor los hijitos de Blanquita se habían prestado voluntarios para estar dentro del coche viejo. Pobrecillos… ellos no saben que ese coche era del abuelo Nicolás y que después de que se fuera al cielo con mi mamá y el papá de Elsa, nadie más lo conducía…).

Cuando volví a la casa, Elsa estaba sentada en el sillón grande y tenía el teléfono encima de sus rodillas. Cuando le pregunté que qué hacía y que porqué no estaba buscando a los gatitos, me dijo que estaba esperando la llamada de los secuestradores (¿no os había dicho ya que es un poco tonta? Los señores desconocidos con los que no hay que hablar son los que secuestran a los niños y piden rescates, pero los gatos desconocidos –como cualquier otro tipo de gato- no saben llamar por teléfono ni pedir rescates…)

En ese momento apareció la abuela, que había estado escuchando nuestra conversación, y volvió a poner calma. Nos llevó a la cocina y nos preparó una taza de cacao a cada uno. Nos dijo que no creía que se tratase de un secuestro, estaba segura de que los tres pequeñuelos estarían escondidos en cualquier recoveco de la casa y que tarde o temprano saldrían para reunirse de nuevo con su mamá o para pedirnos leche a nosotros…

A lo largo del día, la abuela continuó con sus quehaceres diarios pero Elsa y yo decidimos convertirnos en detectives y buscar pistas…

Poco faltaba para la hora de comer y yo ya estaba muy cansado de buscar mucho y no encontrar nada de nada, cuando Elsa me llamó gritando.

-¡Daniel! ¡Ven! ¡Lo he encontrado! ¡Ya sé quién ha sido! ¡Corre!

Cuando llegué a dónde ella estaba, su dedo apuntaba hacia el suelo y en el suelo había una caca de vaca pisada (sí, ya sé que no es correcto hablar de caca y pis, pero por lo menos no he dicho “mierda”, que es lo que realmente era aquello…). Miré a Elsa y volví a mirar al suelo. No me lo podía creer… ¿realmente creía Elsa que el secuestrador de los gatitos era una vaca? Empecé a reírme de ella y de su hallazgo y Elsa (como hace siempre que me rio de una de sus bobadas) se fue llorando a contárselo a la abuela.

Entonces empecé a pensar en sí debería contarles eso que yo sabía y ellas no. Y es que… desde el primer momento, yo pensaba que Blanquita se había comido a sus hijitos. No es que piense que la gata de la abuela sea un monstruo, pero… el año pasado, mi amigo Cosme (el que se comía los mocos en pre-escolar y chupaba el pegamento en primero de primaria) me invitó a su casa para enseñarme las crías que habían tenido la pareja de hámsters que sus tíos le habían regalado por su cumpleaños. Cuando llegamos al trastero dónde estaban (porque a su mamá le daban mucho asco y no se los dejaba tener dentro de casa), casi nos morimos del susto al ver que de las crías sólo quedaban pedacitos. El padre de Cosme nos explicó que, a veces, el padre se los come. No porque sea malo o porque esté loco, son cosas que hacen algunos hámsters…

Entonces, si el hámster de Cosme se había comido a sus hijitos, era posible que Blanquita también lo hubiera hecho.

Al ratito volvieron Elsa y la abuela quién, al ver la pista que Elsa había creído encontrar, se puso de color blanco y se le mojaron los ojos.

-Abuela… ¿tú también piensas que una vaca ha secuestrado a los gatitos de Blanquita? –le pregunté-.

-¿Qué dices? ¡No seas idiota! –me dijo Elsa-. Yo no pienso que una vaca los haya secuestrado, ¡yo pienso que ha sido don Bernardo!

No me miré en un espejo, pero creo que al escuchar ese nombre, yo también me puse blanco como la abuela.

Don Bernardo es el señor que fabrica leche para todo el pueblo (bueno, la fabrican sus vacas, pero él es el que la vende porque las vacas no tienen bolsillos ni carteras para llevar los euros). Es un señor muy serio, que grita mucho y que siempre está enfadado. A don Bernardo no le gustan los niños y ningún animal que no sean sus apestosas vacas.

Un verano (cuando Elsa y yo no éramos más que unos niños, no como ahora que ya tenemos siete años y somos casi adultos), nos cruzamos con él en el camino que lleva al río. Llevaba un saco marrón en una de sus manos y, dentro del saco, algo que no dejaba de moverse y gruñir. Nosotros pensábamos que sería algún monstruo salvaje o algo parecido, pero la abuela nos explicó lo que era en realidad: don Bernardo cogía a los gatos callejeros, los metía en sacos y los tiraba al río. Nos pareció algo horrible pero, al mismo tiempo, nos quedamos tranquilos porque Blanquita no era una gata callejera (tenía casa, nombre y un collar con una plaquita en la que lo ponía).
Ahora, sin embargo, nos dábamos cuenta de lo horrible que era aquello. Elsa y yo nos abrazamos a la abuela y nos pusimos a llorar pensando en que Blanquito, Negrito y Manchitas, estarían ahogados en el fondo del río en ese momento.

Entonces, llegó Carlitos (que es el nieto más pequeño de don Bernardo y que también se come los mocos como hacía Cosme). Traía una caja que dejó en el suelo para preguntarnos lo que había pasado. Cuando se lo estaba empezando a contar, la caja que había dejado en el suelo empezó a moverse y, de pronto, Negrito salió de dentro de ella. Elsa corrió a abrazarlo y, también, a sacar a Blanquito y a Manchitas, que también estaban dentro. Yo, por mi parte, me acerqué para darle un buen puñetazo a Carlitos. Y se lo iba a dar, si no fuera porque la abuela me cogió del brazo y me dijo que debíamos dejar que se explicara.

Carlitos nos contó que sabía lo que su abuelo hacía con los gatos callejeros. Era algo que siempre le había dado mucha pena y que, aunque lo había intentado, jamás había podido evitar. El día anterior, la abuela lo había invitado a merendar y, al ver a los gatitos, pensó en lo que su abuelo les haría si se los encontraba. Así que Carlitos se fue a casa a prepararlo todo para que los hijitos de Blanquita dejasen de ser callejeros.

Hizo tres collares (uno verde, otro rojo y otro azul) y en cada uno de ellos escribió los nombres de los gatitos. Cuando ya los había terminado y se los iba a llevar a la abuela Juana para que se los pusiera, pensó en qué pasaría si no era suficiente con poner sólo los nombres. Así que además de eso, escribió que eran hijos de Blanquita y que pertenecían a la señora Juana, que vivía en el número ocho de la Calle de los Crisantemos. Tardó más de lo que esperaba en hacerlo, terminando cuando ya era de noche, así que entró en la casa por la ventana del cuarto de baño (esa que la abuela siempre se olvida de cerrar), cogió a los gatitos y se los llevó a su casa para ponerles los collares. Iba a devolverlos a su lugar cuando se encontró con nosotros llorando y abrazados a la abuelita...

Como Carlitos decía la verdad, porque los gatitos llevaban los collares (que eran un poco cutres y estaban llenos de faltas de ortografía), en lugar de darle un puñetazo, le abracé. La abuela le dijo que esa tarde también estaba invitado a merendar y Elsa (que no deja de ser muy tonta, porque ya bastaba con mi abrazo y la merienda de la abuela) le dio un beso.

Y todo terminó sin que Blanquita se hubiera comido a sus cachorros; sin que los hubiese secuestrado una vaca o sin que el señor Bernardo los hubiese tirado al rio, pero sí con una buena merendola en casa de la abuela.

11 comentarios:

wannea dijo...

Lo mejor de lo mejor eso de "cuando Elsa y yo no éramos más que unos niños, no como ahora que ya tenemos siete años y somos casi adultos" jajajajaj muy bueno, en serio, merecia una segunda parte como esta, por lo menos la gata resultó no ser canibal!!!
bessos wapa!

Sara dijo...

Buenísima la continuación María, me han encantado las dos historias :)

Y con la historia de Cosme me he acordado de Sandra que era una niña de mi clase que a parte de comerse los mocos y chupar el pegamento se quitaba las costras con las tijeras (te acuerdas de esas tijeras que eran redondas, q el cuerpo era la cabeza y las cuchillas eran las orejas de un conejo?) bueno pues con esas, con unas de punta redonda que no cortaban absolutamente nada, menos las costras de sandra. La pobre niña bruta las tenía ahi para siempre, normal, no sabes lo que gritábamos....

Muy muy bueno el cuento, me lo he pasado genial leyendolo :)

un besito!

Pd.- jeje él tb cumple 26, debió ser un buen año ;)

Óscar Sejas dijo...

¿Dónde quedaron aquellas merendolas?, yo quiero rememorarlas porque eran míticas.

Bueno, bueno, veo que no nos has hecho esperar mucho para leer la segunda parte, así me gusta, autora prolífica y entregada a sus fans cuanto menos.

Bueno te voy dejando que me canso de decir tonterías, por cierto ayer te envíé un mensaje pero no he tenido noticias.

¡Un abrazo!

El Pistolero dijo...

Me ha parecido maravilloso, de verdad. Creo que es muy muy dificil escribir en boca de un niño sin caer en tópicos, y creo también que tú los conoces muy bien para llegar de esa forma a su alma.

Me gusta todo, la forma, las palabras (me encantan tus paréntesis)...y entiendo a Daniel...¿¿por qué Elsa l tiene que dar un beso, aver?? ¿¿no bastaba con el abrazo y la merendola??

Muy muy grande, María. El relato, tús manos que no regalan maravillas como esta y el beso que te has ganado XD

Sara dijo...

Me ha gustado muchisimo!! Ya sabes que los cuentos para niños son mi debilidad ;)

Anónimo dijo...

¡Qué lindo!

¡y qué rápido!

Me gustó la segunda parte, es muy tierna. Me gustaron las partes de la vaca secuestradora y la de los collares de colores. Tiene tanta inocencia que es una preciosidad.

Saluditos

Anónimo dijo...

Un final feliz ... uf!
Besos

Pugliesino dijo...

Un cuento en estado puro.La narración,muy buena desde la perspectiva de Daniel,la sensatez frente a Elsa cuyos razonamientos logra momentos buenísimos,y que sin embargo fue la que acertó de pleno al resolver el caso.Y el giro que le das a la frase,dando lugar,como no podía ser menos en un cuento,a un final felíz :)
Lo dicho,un magnífico cuento!
Un abrazote!!

Pugliesino dijo...

¡¡¡Muchísimas Fnacidades!!! :)

Una felicitación que lleva consigo infinidad de libros,dvds,cds,y el último ipod en primicia! ;)
y ahora marcho a fnar que tengo mucha fame
Una apuerta grande!!

Jara dijo...

:)
simplemente...

El resto ya lo sabes.


1 besote





pd: con esto creo que haces que rescate algo que tengo a medias. Muak

VaNe dijo...

¡VA CAMINO DE LA IMPRESORA Y DIRECTO A QUE SE LO LEA A MI SOBRI! :P