9/6/08

Las memorias de Sonia. Capítulo I (cc. 103)

En mi vida me han llamado de muchas maneras. A lo largo de los años, podría decir que pasé de ser Nonia, dicho así por primera vez por mi hermano Alberto, tres años mayor que yo y quien, cuando yo llegué al mundo pronunciaba todas o casi todas las consonantes como si fuesen enes; a que se confundiesen y me llamasen Sofía en lugar de Sonia a, por último, ser la señorita Pérez (en el mejor de los casos) o a simplemente (y en la mayor parte de las ocasiones) ser “la chica nueva, esa del pelo rizado y las gafas turquesa”.

A lo largo de mi infancia y adolescencia, mis amigos (tanto los que lo eran como los que no parecían serlo tanto como decían) sí que me llamaban Sonia, algo que llegaba a resultar todo un logro para no tratarse más que de mi nombre de pila, pero (y es que siempre hay algún pero) acompañado siempre según la época y las circunstancias, de apelativos que a ellos les resultaban bastante jocosos.

Haciendo memoria, creo recordar que el último de ellos fue “Sonia, la poeta pesimista” y tal cosa se les ocurrió simple y llanamente por el mero hecho de que las navidades pasadas (concretamente en Nochevieja) cuando faltaban pocos minutos para que comenzase el Año Nuevo dije algo así como… “Quedan tres minutos y medio para ahogar el silencio”.

Lo único que con aquella metáfora pretendía era, además de conseguir que lo último que saliese de mi boca en el año que ya terminaba fuese algo profundo y con cierto sentimiento, que precisamente lo último que mis oídos tuviesen que escuchar no fuese el típico “nena, no te pongas muy lejos, que lo primero que quiero hacer después de las uvas es comerte la boca” que mi amigo Nicolás decía año tras año a la chica con la que estaba y que casualmente nunca era la misma durante dos años. Y bueno, en cierto modo podría decirse que lo conseguí. Entre risas y mofas hacia mi persona y la frasecita que en mala hora se me ocurrió, llegó el Año Nuevo. Aunque claro, junto con el “Feliz Año Nuevo” de rigor, también llegó un “Rebe, ven pa’cá que te meta mano como primer acto del año” que fue lo primero que escuchamos y, como no podía ser de otro modo, de boca de Nicolás.

Desde muy pequeña me gustó el teatro. La primera vez que logré subirme a un escenario fue en quinto curso y como la “pirata número 16” en aquella adaptación de “La isla del tesoro” que hacían los de sexto. Todavía recuerdo mi texto de cabo a rabo y es que… no es para menos, aquel “Cuando al día siguiente subí a cubierta, el aspecto de la isla había cambiado por completo” que decía como mi primera y única frase durante la que también sería mi única aparición en escena, ya que justo después se me merendaba un cocodrilo, me sirvió además de para interpretar mi primer papel en una obra de teatro, para que mis amigos me llamasen “la John Silver” durante una buena temporada.

Aunque también es cierto que esa anécdota, por denominarla de alguna manera, no sería la peor. La peor y la que me hizo jurarme a mí misma que mi corta carrera en el mundo de la interpretación había, además de tocado fondo, llegado a su fin, llegaría unos cuantos años más tarde y estando ya en la Universidad. Allí, me uní a un grupo de teatro bastante conocido por la zona y durante el estreno de una obra que prometía mucho y en la cual yo ejercía de maestra de ceremonias, un presupuesto demasiado escaso así como las prisas y las manazas de unos cuantos chapuzas, hicieron que una servidora se ganase el título de “la gafe”. Y es que… mirándolo de manera objetiva, no era para menos: el teatro completamente a oscuras; se enciende un gran foco; yo salgo a escena y, tras colocarme justo debajo del gran foco digo aquello de… “La historia que les voy a contar tiene un principio –como todas-, pero aún no tiene un final” y que acto seguido se desplomasen los cortinajes y gran parte del decorado.

Mirándolo por el lado positivo, cuando en la Facultad, el Campus y la Residencia comenzaron a llamarme “la gafe”, los había que hasta tenían miedo de acercarse a mí y, por lo tanto, dejaron de pedirme los apuntes. Las largas colas en la cafetería, los empujones para subir al autobús y las aglomeraciones en los ascensores dejaron de existir para mí después de aquel día. Y, por si fuera poco, también dejaron de llamarme “la pija de los 365 pares de zapatos (uno para cada día de año)”, como convinieron en apodarme tras otra desafortunada frase que salió de mi boca.

En esa ocasión, llevaba algo así como unas tres semanas sin dormir preparando el examen final que tenía lugar aquel día y, presa de una mezcla de nerviosismo y agotamiento, salí de mi habitación en la Residencia Universitaria y tras asomarme a la puerta principal, le dije a un chico que había allí sentado algo así como… “Perdona, ¿tienes hora? El autobús está a punto de llegar y no sé de qué color ponerme los zapatos”.

No tengo ni idea de porqué dije aquello. Había mirado el reloj antes de salir de la habitación y como me había pasado las últimas semanas enclaustrada allí dentro viendo tanto la lluvia como el sol a través de la ventana, lo único que quería saber era la pinta que tenía el cielo aquella mañana para tratar de aventurar si llovería o no para, en definitiva, ponerme sandalias o no, pero… los traicioneros nervios me jugaron una mala pasada…

Lo cierto es que he tenido una larga lista de motes, la mayor parte de ellos en mi época como estudiante y si bien es cierto que algunos (como el de “la olvidadiza” o “la despistada”) me los he ganado a pulso.

Ahora me ha venido a la memoria aquella ocasión en la que se me dio por meterme en un grupo de música y, tras haber escuchado nuestra primera maqueta unas veinte veces, hasta que Xavi no dijo aquello de… “La próxima vez que ponga la cinta descubrirá que a la mitad de la misma hay cinco minutos en blanco. Ya veréis como sí, tened fe en ella…” no me di cuenta de que era la única que no se había percatado de que faltaba una canción por incluir.

Si ha habido ocasiones en las que me han llamado “la cerebro de grillo” no quiero pensar en lo que se les habría podido ocurrir si hubieran descubierto que yo conocía el nombre de la persona a la que se le había olvidado poner su nombre en el examen al que correspondía la única matrícula de honor que don Luis Mouro había concedido a lo largo de sus más de treinta años como docente. Si hasta yo misma me olvido de firmar con mi nombre…

En fin, que eso de que “cualquier tiempo pasado fue mejor” conmigo no va y que pensándolo bien… eso de ser “la nueva” tiene sus ventajas (de ti se espera que hagas un sinfín de preguntas y si te equivocas y haces algo mal tienes excusa, porque para eso eres “la nueva”).

De momento, así están las cosas, veremos qué pasa cuando sea otra “la nueva” y también, dependiendo de cómo pinten los acontecimientos, me pensaré lo de cambiarme de gafas o de peinado…



Para leer más historias con el mismo principio, visita: El CuentaCuentos.

11 comentarios:

Rebeca Gonzalo dijo...

Me parece maravilloso que cada cual sea capaz de reirse de sus propios defectos y la ironía de tu relato demuestran madurez personal y madutrez estilística. Considero además, que has hecho 5 cuentos en uno, homenajeando las frases de últimas semanas, dándoles cabida en este relato. ¡FELICIDADES!

Anónimo dijo...

Querida María: Supongo que en tu relato hay parte de verdad y parte inventada, porque no creo que haya nadie tan bocazas y con tan mala fortuna jejejejj. Pero me ha encantado el modo en que lo has escrito, las otras frases intercaladas y ese "deje" que de medio simplona que das a entender en tu historia.
Tú también me has sacado algunas sonrisillas y eso me gusta. Me agrada los relatos que sin querer hacer reir, tienen ocurrencias divertidas.
Un placer leerte como siempre.
Besitos guapísima!!!!

Jara dijo...

Esta bien esto de amanecer y encontrarte con unas cuantas sonrisas. Unos guiños que quizás sin serlos a mi me llegan como tal ( soy yo muy sentida) y porque aunque no me gustara, siempre que existe un teatro de por medio a mi me hacen los ojos chirivitas!!!

Muy salaó, muy natural.

Sienta bien esto de tomarse unas vacaciones cuentiles eh?

1 besito guapa














pd: la habrás oído mil veces, te la habrán cantado otras mil pero cuando terminé de leer me vino a la mente esta canción.
http://www.youtube.com/watch?v=6Ml3NUIDpFg

Anónimo dijo...

¡POR CIERTO!

No sólo me apiado, sino que recojo parte para cuando lo continue. ;)


Y sigue intentandolo y no te quedes con las ganas de hacerlo, porque así es como salen luego las cosas.. a base de... ( por eso lo hago yo, que algún día será algo más).


Jara

Sara dijo...

No te avisé??? De verdad?? Debo haber perdido la cabeza porque pensaba que sí... jajaja...
Bueno, avisada estás! En cuánto reuna tiempo y conocimientos, actualizaré algunas cosillas del blog (todavía tengo que hacerme a esto) y puede que me plantee un regreso a CC. La verdad es que se echa de menos...
Me cambié por un par de motivos pero, principalmente, porque los recursos del space son algo limitados...

En fin, gracias por la visitaaa!! ;)

Pd. Me encanta cuando "cuelas" frases de otras semanas en el relato...

Pugliesino dijo...

Un agradable recorrido de la mano de la protagonista por un escenario de frases con las que iba dibujando un mural sobre lo que la vida le iba deparando dándole a la desdicha un ración de sentido de humor! :)
Y ganó Españaaa! ma che cosa,io sigo apostando por Italia :p
y por un mundo mejor en donde todos seamos felices!!!
Un abrazote!

Esther dijo...

Hola María,

Me encantó tu historia.

A mí me pasaba algo como Sonia con mi nombre real. A la gente le resultaba extraño, así que me acostumbré a que me lo cambiaran, lo confundían con otros nombres. Ahora, no me pasa o no mucho: se ve que cada vez es más oído mi nombre. Tb me pasa con mi primer apellido, que muchos no saben decirlo, cuando para mí es sencillísimo pero,lo confunden con otro que existe por ahí algo parecido... ...en fin, qué se le va a hacer.

Y es que la gente, por cualquier error, etc. enseguida te etiqueta. Puede que luego, esas etiquetas no sean verdad, pero, es cierto que enseguida te catalogan y no es justo pero, bueno, así somos...

Saluditos.

P dijo...

Pobre critura, no dabsa pie con bola xD

Me ha recordado muchísímo a una Sonia que conocí hace algunos años. No sé que habrá sido de ella, pero al leer este relato me he imaginado las palabras saliendo de su boca.

Felicidades por una narración tan larga y entretenida :)

Pedro dijo...

Una manera muy original de repasar las frases del cuenta cuentos (y usarlas). La verdad es que te ah quedado una narración muy cálida, muy cercana, vamos que muy bien conseguido el "efecto diario"

Un abrazo,

Pedro.

Óscar Sejas dijo...

Por un lado agradezco que hayas comprimido varias frases en un sólo relato, eso me ayudará a ponerme al día más rápidamente jejeje :-)

La verdad es que Sonia...ha tenido un poquito de mala suerte durante su vida, no obstante seguro que también ha habido buenos momentos, lo que pasa es que siempre tendemos a sacar el lado malo de las cosas.

Estoy seguro de que cuando Sonia se enamora lo hace de verdad, que cuando Sonia ríe es porque realmente tiene ganas de llorar y de que cuando Sonia llora es porque realmente necesita un brazo en el que apoyarse.

Quizás muchos tengamos una parte de Sonia en nosotros, ¡quien sabe!

Me has hecho reír bastante.

Un abrazo

wannea dijo...

yo vengo cotilleando un poco.... hay más capitulos de Sonia?? y es verdad eso de que cada uno tenemos un poquito de ella, porque todos metemos la pata alguna vez, porque todos somos gafes alguna vez, porque a todos nos llaman nuevos alguna vez, hasta que empezamos a ser viejos y entonces seguro que la llaman señora ;)

seguiré buscando en tu cielo azul más capitulos, si no los encuentro ya sabes, cuando este listo el siguiente avisa!!!

bessos!