4/2/08

Track 4 (cc. 93)

Me he tragado una canción, una misma canción, durante todo el tiempo que duró el trayecto. Ni siquiera era una de mis canciones favoritas, tal vez porque el vehículo en el que viajaba tampoco era el mío, pero el azar quiso que, cuando el conductor del furgón accionó el contacto, esa canción y no otra comenzara a sonar…

Soy consciente de que no se trataba de una de esas canciones que poseen un alto grado de contenido con el que la persona que la escucha pueda identificarse, pero una pegadiza frase del estribillo se convirtió en el improvisado lema que yo parecía estar necesitando en ese momento.

Como digo, no viajaba en mi coche. Tampoco en el de un familiar o amigo. Un conocido de un amigo de la familia poseía un furgón de 3.500 kilos (justo lo que nosotros precisábamos para la mudanza) y se prestó a ayudarnos a trasladar mis cosas. Ayuda que no rechazamos…

Una vez lleno el furgón, me senté en el asiento del copiloto (para indicarle el camino que debía seguir) y la canción comenzó a sonar. A partir de ahí… vino lo demás.

Escuchar ese “porque las penas con rumba son menos penas morena…”, por increíble que parezca, me afectó sobremanera. Llegada la segunda vez en que el estribillo se repetía, un sinfín de incontrolables lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos y yo ni siquiera me esforcé por parar el torrente al que daban lugar.

Lo sé, sé que resulta contradictorio que algo así me haga llorar cuando, a priori, debería ser todo lo contrario, pero así fue. Y allí estaba yo, sentada al lado de una persona a la que veía por segunda vez en mi vida, llorando como una niña pequeña y pulsando sin cesar el botón de “volver atrás” para que la track 4 se repitiese…

Y con mis lágrimas se liberó gran parte de la tensión y el cansancio que había ido acumulando en los últimos días.

Y comencé a pensar…

En las más de cinco horas de transportar todo tipo de muebles, cajas, bolsas y demás objetos inanimados que habían decorado mi vida durante los últimos casi cinco años. En las seis personas que, junto a mí, habían estado subiendo y bajando; entrando y saliendo; guardando, limpiando, recogiendo, envolviendo… En que ya no sólo estaba lloviendo a mares, sino que también había comenzado a granizar (de esto no me di cuenta hasta que, en cierto punto del trayecto, una rama seca caída de un árbol impactó contra el parabrisas provocándonos un susto de considerables dimensiones). Y en ese punto, dejé a un lado la parte terrenal del asunto para darle una visión, por decirlo de algún modo, un tanto más celestial:

Cuando era una niña, durante una tarde de verano en la que también llovía y yo me enfadaba porque quería ir a la playa, alguien (posiblemente un adulto) me dijo que cuando llovía era porque los angelitos estaban tristes. Y esa tristeza, la materializaban como nosotros, así que la lluvia no era otra cosa que las lágrimas de los ángeles tristes.

Ese pensamiento ocupó mi mente durante largo rato. Pensé en que mi ángel de la guarda (porque estoy más que segura de tener uno y de saber quien era y sigue siendo) estaría también triste. Triste por mí y por mi situación, que también estaba siendo la suya. Porque a pesar de que, según dicen, los cambios siempre son buenos y todo pasa por una razón concreta, es imposible evitar entristecerse por ciertas cosas…

Y, después, comencé a recordar…

Un sinfín de momentos vividos bajo el techo que me había servido de escenario vital durante los últimos años; las sonrisas, las lágrimas, las confidencias, los momentos de absoluta e irrepetible intimidad; las fiestas, las reuniones, las noches de manta, kleenex y película

Sí, las pruebas que atestiguan que he vivido todas y cada una de esas cosas se han venido conmigo. Algunas permanecerán en mi memoria por siempre y otras… otras volverán a ver la luz del sol cuando sea abierta la caja de cartón en la que descansan a causa del obligado encierro al que las he condenado. Y es, precisamente, el hecho de pensar en éstas últimas lo que más me entristece.

Pero, por otro lado, allí se han quedado muchas otras que, por desgracia, no son transportables, porque paredes, suelo y techo, contienen partes de mi vida insustituibles.

Atrás he dejado las pinturas rupestres con las que mi sobrino decoró una de las paredes que formaban el pasillo y que jamás quise limpiar (para mí eso es arte); marcas que el paso del tiempo, junto con el mal vicio del tabaco, ayudó a crear y que antes resultaban invisibles a causa de los cuadros que pintó mi hermana; las fotografías de grandes momentos (en las que tan sólo aparecen grandes personas); los dibujos de mis peques; el enorme corcho plagado de esas pequeñas grandes cosas que sólo uno mismo sabe realmente lo que significan y, en definitiva, todo aquello que lleva mi marca. Todo aquello que me define y que ayuda a dar sentido, color y forma a la persona que ahora soy…

Allí se han quedado los testigos de la inmensa mayoría de mis últimas lágrimas, sonrisas; de esos sueños que me han acompañado (también junto con alguna que otra pesadilla); de los secretos compartidos; de las vivencias a media voz; de los momentos de intimidad en los que dos suman uno y tres son multitud

Pasé de ser una niña que jugaba a las casitas a, con apenas diecinueve años, independizarme y madurar por mí misma, sin que mamá y papá estuviesen siempre ahí para sacarme las castañas del fuego (aunque realmente siempre lo hayan estado).

Ahora, con veinticinco años, soy una mujer madura y bastante independiente (aunque mi madre diga que cuando tenía dieciocho lo era o parecía serlo mucho más…) y, mirándolo de forma objetiva, pienso que es bastante normal que me de mucha pena abandonar el piso al que volé tras dejar el nido en el que mis padres me ayudaron a empezar a ser yo misma…

Por otro lado, este cambio es simplemente un punto de inflexión en mi vida y ahora… ahora sólo toca volver a jugar a las casitas, aunque de otra manera: en un piso que, al menos, tenga más de treinta metros cuadrados, con hipoteca, a plazos y que, por y para siempre, realmente sea mío…



Para leer más historias con el mismo principio, visita: El CuentaCuentos.

10 comentarios:

Jara dijo...

Se dejan tantas cosas entre unas paredes... parece mentira ¿verdad? Pero ahora allá donde vayas encontrarás más pedacitos de ti para dejar impregnados en el perfume de tu nuevo hogar. (que cursi que soy a veces grrr).



pd: Me has dejado ocn ganas de una rumbita. ¿Nos echamos un bailoteo?

Como diría estopa "Un par de dosis de besos"

Que sea leve la mudanza.

Anónimo dijo...

Como dice Jara, son muchas cosas las que se dejan entre cuatro paredes, aunque nunca olvides que son solo eso, paredes. Tu hogar estará allí donde estés a gusto con tus seres queridos, allí donde puedas refugiarte cuando las cosas no pinten del todo bien.

Habrá más manchas, muchas más, cargadas de nuevos recuerdos por venir. Seguro.

PD: En lo estrictamente literario, como siempre un placer. Cuando uno sabe narrar, cuando sabe qué palabras escoger, siempre lo es.

Muchos besos!!

PD: Gritaaaaaaa

Sureña dijo...

La vida está llena de cambios niña...y seguro que el día que te fuiste de tu casa con 19 años, también se te hizo difícil... pero fue para bien, igual que ahora. Quédate con los buenos recuerdos, que son innumerables...

Besos y suerte

Anónimo dijo...

¿Es autobiográfico?

Te quedó precioso. Me gustó especialmente el comienzo... Y me hizo pensar, en lo que cuesta mudarse, decidir que dejar y despedirse de una rutina...

Encantada de leerte.
Saluditos!

Pugliesino dijo...

Un camión puede llevar todo lo material,pero no lo que queda invisible entre las paredes. La casa lo conservará siempre.
Emotiva narración! Un abrazo

Anónimo dijo...

Estopa...
Pues eso, que las penas con rumba se llevan mejor, asi que ahora échate un bailoteo allá donde vayas y a empezar de nuevo! Lo importante no son los lugares, si no el recuerdo que se nos queda de ellos, y de eso nunca nos podremos mudar.

Muchos besotessss

Ricardo dijo...

Bueno, pues si es testimonial, te digo una cosa:
Por más que te hayas mudado, te seguiré llamando Colita de Ratón.
¿Te acordás de este veterano?
Maru, leyendote, a pesar de tu pena, no puedo más que ponerme contento al saber que tienes "TU" piso.
Como dice Saint Exupery, en Ciudadela, estás atravesando-literal e internamente- el tiempo de la mudanza.

Si puedo, transcribiré esa parte del texto para vos(te viene de perillas).

Bueno Maru, espero que este sea mi retorno a la lectura y a la escritura.

Un beso enorme desde este sur.

Mj dijo...

:) que malísimo que es esto de crecer. No sé si considerar el relato de miedo, o una...comedia romántica

DE todas maneras, el fondo y la forma, perfectos. Y te odio, porque me toca mudarme de aquí a poco y sé que me tocará tragarme canciones y lágrimas...

Anónimo dijo...

:)


Y nada más.........


Un besiño!

Bea dijo...

Mi niñaaaaaa, vengo a dejarte un regalito. Cuando lo ví, dije: "Se lo tengo que enseñar a María".

Espero que lo disfrutes, yo me reí muchísimo con la conversación. Si es que son geniales...

Un besazo.

-Conversación 1= http://es.youtube.com/watch?v=V4Rwh9qCjr4

-Conversación 2= http://es.youtube.com/watch?v=Nz-N9BN8dBg