8/10/09

El Duende del Jardín de los Dulces

-¡Despierta dormilona! –dijo de pronto una voz-.

Ariadna abrió los ojos lentamente, se incorporó y se dio cuenta de que estaba sentada sobre hierba y que a su alrededor había un montón de flores. Tras bostezar pensó que, mientras jugaba, se habría quedado dormida sin darse cuenta en el jardín de la señora Amapola, su vecina.

-¿Ya te has despertado? –dijo de nuevo aquella voz-.

La pequeña miró a su alrededor y tras no ver a nadie, preguntó:

-¿Es usted, señora Amapola?

-¡De ningún modo podría ser una señora y mucho menos una amapola! –dijo un pequeño hombrecillo que, dando un salto, se colocó justo delante de la niña- Mi nombre es Elliot y soy el Duende del Jardín de los Dulces. Encantado de conocerte Ariadna…

-¿Un duende?, ¿Ariadna?, ¿Cómo es que sabes mi nombre?

-¿Por quién me tomas pequeña humana? Sé tu nombre, sé que tienes tres años y también sé que te encantan las galletas de chocolate y que no soportas el agrio sabor de esos caramelos de limón que tanto le gustan a tu hermano Erick, que tiene seis años y el pelo más rizado de lo que yo jamás me podría haber imaginado. Como tú, tiene el flequillo como un cepillo y casi más pecas que las muñecas…

-¿Conoces a Erick?

-¡Por supuesto! Yo conozco a todos los niños y a todas las niñas… Pero dime, ¿he acertado?, ¿son las galletas de chocolate tu dulce preferido?

-Sin lugar a dudas… -respondió Ariadna-.

Y tras decir esas cuatro palabras, en el centro del jardín apareció un árbol enorme. Lo primero en aparecer fue un robusto tronco al que siguieron centenares de ramas, a continuación vinieron las hojas y por último, decenas y decenas de galletas de chocolate.

-Vamos coge una, no seas tímida… -le dijo Elliot a la niña-.

Ariadna siguió el consejo del pequeño duende y cogió una galleta de la única rama a la que, poniéndose de puntillas, alcanzaba. Tras darle varios mordiscos pensó que aquella era la galleta más rica que había comido jamás…

-¡Arriba dormilón, arriba dormilona! –volvió a escuchar Ariadna-.

En esta ocasión, la niña identificó inmediatamente la voz de su madre y tras abrir los ojos supo que estaba en su dormitorio y que todo aquello no había sido más que un sueño. Y lo habría sido de no ser por aquellas migajas de galleta de chocolate que había sobre su almohada.

Ariadna corrió a la habitación de su hermano para contarle que había estado en el Jardín de los Dulces, que había conocido a Elliot y que éste le había dado una galleta, pero Erick ni siquiera le dejó terminar de hablar. Le interrumpió diciendo que estaba muy feo contar mentiras y la echó fuera para, acto seguido, cerrar la puerta.
La niña no entendía nada. ¿Cómo era posible que Erick no conociera a Elliot si él si lo conocía a él? ¿Acaso no era capaz de recordarlo una vez que se despertaba?

La noche siguiente la niña volvió a viajar al Jardín de los Dulces y tras preguntarle al duende qué era lo que pasaba con su hermano, Elliot le respondió lo siguiente:

-Aquí únicamente basta con creer, pequeña, y Erick no cree…

Y así, noche tras noche, la niña continuó yendo al jardín, hablando con el duende y comiendo sus galletas favoritas. Pero una noche, el duende no notó la niña tan alegre como de costumbre y tras preguntarle lo que le ocurría, supo de qué se trataba…

-Estoy triste porque Erick no pueda pedirle su dulce favorito al Gran Árbol –dijo la niña-. Me gustaría poder cambiar y pedirle que en lugar de galletas me diese esos caramelos de limón que tanto le gustan a mi hermano para así poder llevarle uno…

-Puedes hacerlo –dijo el duende-, sólo que no sabemos qué pasará después. Es posible que puedas volver a pedirle galletas como siempre, pero también puede suceder que continúe dándote caramelos de agrio limón o, incluso, que no puedas volver a visitar el jardín.

-No me importa –dijo Ariadna-, yo quiero llevarle uno de sus caramelos favoritos a mi hermano.
A la mañana siguiente Ariadna se despertó y descubrió que bajo su almohada estaba un caramelo de limón. Dando un salto se levantó de la cama y fue hasta el dormitorio de su hermano para dárselo. Tras ver el caramelo, el niño dijo:

-¿Entonces es cierto? ¿No sólo es un sueño? ¿El jardín existe?

-¡Sí! –respondió su hermana- y también Elliot, todo es real… ¿No vas a comértelo?

-Es que… no me atrevo, nunca me he atrevido. He ido muchas veces al Jardín de los Dulces y cada vez he cogido un caramelo, pero nunca he sido capaz de quitarle el envoltorio y comérmelo. Siempre me he despertado antes de poder hacerlo…

-¿Y si has estado porqué me llamaste mentirosa cuando te lo conté?

-Porque estaba convencido de que sólo era un sueño y tenía miedo de que si lo ibas contando por ahí te llamasen loca –dijo el niño con los ojos llenos de lágrimas-.

-Sólo te lo quería decir a ti y porque Elliot me dijo que también te conocía… ¿Es que no vas a comerte el caramelo o qué? He renunciado a una galleta de chocolate por traértelo, así que espero que este sí que te lo comas…

El niño se comió el caramelo que su hermana le había traído y muchos más, ya que a partir de esa noche ambos continuaron yendo al Jardín de los Dulces para que el Gran Árbol les diese cada noche uno de sus dulces favoritos.

Y es que… gracias a su hermana pequeña, Erick por fin fue capaz de creer en que la magia está ante los ojos de quién sea capaz de creer y sepa dónde mirar…

6 comentarios:

Noelplebeyo dijo...

Acabarían gordos y con los dientes hecho añicos...por las caries...

Es que los cuentos los estropeo, verdad ??

Besis

Dara dijo...

El día que una cría de tres años me suelte un "Sin lugar a dudas" me quedaré fascinada.


pd: ay, Erick, si es que no se puede dejar de creer con 6 años, que esos son muy pocos...


¡miau
gigante
de
pastel!

LUISA M. dijo...

Precioso cuento, María.
¡Qué importante es tener un poco de fantasía para vivir!
A mí me hubiera encantado visitar ese jardín de los dulces y conocer a Erick... Voy a pensar qué le pediría, por si acaso...
Besos.

Edamal dijo...

María es precioso, triste y alegre porque como buen cuento tiene final feliz pero... ¿cúantos niños como Erick dejan de creer? bien porque se les obliga o no les queda más remedio.

Muchos Besos

Manel Aljama dijo...

"¡De ningún modo podría ser una señora y mucho menos una amapola! "
Me ha encantado. Un cuento que se dirige a los más pequeños con todo respeto y como se merecen, sin tratarlos con afectación o como si fuesen tontitos.
Felicidades.

Malvi dijo...

Me encanta; hacía tiempo que no me paseaba por aquí, y sinceramente me ha encantado.

Este cuento es tan tan mágico... que lo copiaía y lo releería un montón de veces.

felicidades María