-¡Despierta dormilona! –dijo de pronto una voz-.
Ariadna abrió los ojos lentamente, se incorporó y se dio cuenta de que estaba sentada sobre hierba y que a su alrededor había un montón de flores. Tras bostezar pensó que, mientras jugaba, se habría quedado dormida sin darse cuenta en el jardín de la señora Amapola, su vecina.
-¿Ya te has despertado? –dijo de nuevo aquella voz-.
La pequeña miró a su alrededor y tras no ver a nadie, preguntó:
-¿Es usted, señora Amapola?
-¡De ningún modo podría ser una señora y mucho menos una amapola! –dijo un pequeño hombrecillo que, dando un salto, se colocó justo delante de la niña- Mi nombre es Elliot y soy el Duende del Jardín de los Dulces. Encantado de conocerte Ariadna…
-¿Un duende?, ¿Ariadna?, ¿Cómo es que sabes mi nombre?
-¿Por quién me tomas pequeña humana? Sé tu nombre, sé que tienes tres años y también sé que te encantan las galletas de chocolate y que no soportas el agrio sabor de esos caramelos de limón que tanto le gustan a tu hermano Erick, que tiene seis años y el pelo más rizado de lo que yo jamás me podría haber imaginado. Como tú, tiene el flequillo como un cepillo y casi más pecas que las muñecas…
-¿Conoces a Erick?
-¡Por supuesto! Yo conozco a todos los niños y a todas las niñas… Pero dime, ¿he acertado?, ¿son las galletas de chocolate tu dulce preferido?
-Sin lugar a dudas… -respondió Ariadna-.
Y tras decir esas cuatro palabras, en el centro del jardín apareció un árbol enorme. Lo primero en aparecer fue un robusto tronco al que siguieron centenares de ramas, a continuación vinieron las hojas y por último, decenas y decenas de galletas de chocolate.
-Vamos coge una, no seas tímida… -le dijo Elliot a la niña-.
Ariadna siguió el consejo del pequeño duende y cogió una galleta de la única rama a la que, poniéndose de puntillas, alcanzaba. Tras darle varios mordiscos pensó que aquella era la galleta más rica que había comido jamás…
-¡Arriba dormilón, arriba dormilona! –volvió a escuchar Ariadna-.
En esta ocasión, la niña identificó inmediatamente la voz de su madre y tras abrir los ojos supo que estaba en su dormitorio y que todo aquello no había sido más que un sueño. Y lo habría sido de no ser por aquellas migajas de galleta de chocolate que había sobre su almohada.
Ariadna corrió a la habitación de su hermano para contarle que había estado en el Jardín de los Dulces, que había conocido a Elliot y que éste le había dado una galleta, pero Erick ni siquiera le dejó terminar de hablar. Le interrumpió diciendo que estaba muy feo contar mentiras y la echó fuera para, acto seguido, cerrar la puerta.
La niña no entendía nada. ¿Cómo era posible que Erick no conociera a Elliot si él si lo conocía a él? ¿Acaso no era capaz de recordarlo una vez que se despertaba?
La noche siguiente la niña volvió a viajar al Jardín de los Dulces y tras preguntarle al duende qué era lo que pasaba con su hermano, Elliot le respondió lo siguiente:
-Aquí únicamente basta con creer, pequeña, y Erick no cree…
Y así, noche tras noche, la niña continuó yendo al jardín, hablando con el duende y comiendo sus galletas favoritas. Pero una noche, el duende no notó la niña tan alegre como de costumbre y tras preguntarle lo que le ocurría, supo de qué se trataba…
-Estoy triste porque Erick no pueda pedirle su dulce favorito al Gran Árbol –dijo la niña-. Me gustaría poder cambiar y pedirle que en lugar de galletas me diese esos caramelos de limón que tanto le gustan a mi hermano para así poder llevarle uno…
-Puedes hacerlo –dijo el duende-, sólo que no sabemos qué pasará después. Es posible que puedas volver a pedirle galletas como siempre, pero también puede suceder que continúe dándote caramelos de agrio limón o, incluso, que no puedas volver a visitar el jardín.
-No me importa –dijo Ariadna-, yo quiero llevarle uno de sus caramelos favoritos a mi hermano.
A la mañana siguiente Ariadna se despertó y descubrió que bajo su almohada estaba un caramelo de limón. Dando un salto se levantó de la cama y fue hasta el dormitorio de su hermano para dárselo. Tras ver el caramelo, el niño dijo:
-¿Entonces es cierto? ¿No sólo es un sueño? ¿El jardín existe?
-¡Sí! –respondió su hermana- y también Elliot, todo es real… ¿No vas a comértelo?
-Es que… no me atrevo, nunca me he atrevido. He ido muchas veces al Jardín de los Dulces y cada vez he cogido un caramelo, pero nunca he sido capaz de quitarle el envoltorio y comérmelo. Siempre me he despertado antes de poder hacerlo…
-¿Y si has estado porqué me llamaste mentirosa cuando te lo conté?
-Porque estaba convencido de que sólo era un sueño y tenía miedo de que si lo ibas contando por ahí te llamasen loca –dijo el niño con los ojos llenos de lágrimas-.
-Sólo te lo quería decir a ti y porque Elliot me dijo que también te conocía… ¿Es que no vas a comerte el caramelo o qué? He renunciado a una galleta de chocolate por traértelo, así que espero que este sí que te lo comas…
El niño se comió el caramelo que su hermana le había traído y muchos más, ya que a partir de esa noche ambos continuaron yendo al Jardín de los Dulces para que el Gran Árbol les diese cada noche uno de sus dulces favoritos.
Y es que… gracias a su hermana pequeña, Erick por fin fue capaz de creer en que la magia está ante los ojos de quién sea capaz de creer y sepa dónde mirar…
Ariadna abrió los ojos lentamente, se incorporó y se dio cuenta de que estaba sentada sobre hierba y que a su alrededor había un montón de flores. Tras bostezar pensó que, mientras jugaba, se habría quedado dormida sin darse cuenta en el jardín de la señora Amapola, su vecina.
-¿Ya te has despertado? –dijo de nuevo aquella voz-.
La pequeña miró a su alrededor y tras no ver a nadie, preguntó:
-¿Es usted, señora Amapola?
-¡De ningún modo podría ser una señora y mucho menos una amapola! –dijo un pequeño hombrecillo que, dando un salto, se colocó justo delante de la niña- Mi nombre es Elliot y soy el Duende del Jardín de los Dulces. Encantado de conocerte Ariadna…
-¿Un duende?, ¿Ariadna?, ¿Cómo es que sabes mi nombre?
-¿Por quién me tomas pequeña humana? Sé tu nombre, sé que tienes tres años y también sé que te encantan las galletas de chocolate y que no soportas el agrio sabor de esos caramelos de limón que tanto le gustan a tu hermano Erick, que tiene seis años y el pelo más rizado de lo que yo jamás me podría haber imaginado. Como tú, tiene el flequillo como un cepillo y casi más pecas que las muñecas…
-¿Conoces a Erick?
-¡Por supuesto! Yo conozco a todos los niños y a todas las niñas… Pero dime, ¿he acertado?, ¿son las galletas de chocolate tu dulce preferido?
-Sin lugar a dudas… -respondió Ariadna-.
Y tras decir esas cuatro palabras, en el centro del jardín apareció un árbol enorme. Lo primero en aparecer fue un robusto tronco al que siguieron centenares de ramas, a continuación vinieron las hojas y por último, decenas y decenas de galletas de chocolate.
-Vamos coge una, no seas tímida… -le dijo Elliot a la niña-.
Ariadna siguió el consejo del pequeño duende y cogió una galleta de la única rama a la que, poniéndose de puntillas, alcanzaba. Tras darle varios mordiscos pensó que aquella era la galleta más rica que había comido jamás…
-¡Arriba dormilón, arriba dormilona! –volvió a escuchar Ariadna-.
En esta ocasión, la niña identificó inmediatamente la voz de su madre y tras abrir los ojos supo que estaba en su dormitorio y que todo aquello no había sido más que un sueño. Y lo habría sido de no ser por aquellas migajas de galleta de chocolate que había sobre su almohada.
Ariadna corrió a la habitación de su hermano para contarle que había estado en el Jardín de los Dulces, que había conocido a Elliot y que éste le había dado una galleta, pero Erick ni siquiera le dejó terminar de hablar. Le interrumpió diciendo que estaba muy feo contar mentiras y la echó fuera para, acto seguido, cerrar la puerta.
La niña no entendía nada. ¿Cómo era posible que Erick no conociera a Elliot si él si lo conocía a él? ¿Acaso no era capaz de recordarlo una vez que se despertaba?
La noche siguiente la niña volvió a viajar al Jardín de los Dulces y tras preguntarle al duende qué era lo que pasaba con su hermano, Elliot le respondió lo siguiente:
-Aquí únicamente basta con creer, pequeña, y Erick no cree…
Y así, noche tras noche, la niña continuó yendo al jardín, hablando con el duende y comiendo sus galletas favoritas. Pero una noche, el duende no notó la niña tan alegre como de costumbre y tras preguntarle lo que le ocurría, supo de qué se trataba…
-Estoy triste porque Erick no pueda pedirle su dulce favorito al Gran Árbol –dijo la niña-. Me gustaría poder cambiar y pedirle que en lugar de galletas me diese esos caramelos de limón que tanto le gustan a mi hermano para así poder llevarle uno…
-Puedes hacerlo –dijo el duende-, sólo que no sabemos qué pasará después. Es posible que puedas volver a pedirle galletas como siempre, pero también puede suceder que continúe dándote caramelos de agrio limón o, incluso, que no puedas volver a visitar el jardín.
-No me importa –dijo Ariadna-, yo quiero llevarle uno de sus caramelos favoritos a mi hermano.
A la mañana siguiente Ariadna se despertó y descubrió que bajo su almohada estaba un caramelo de limón. Dando un salto se levantó de la cama y fue hasta el dormitorio de su hermano para dárselo. Tras ver el caramelo, el niño dijo:
-¿Entonces es cierto? ¿No sólo es un sueño? ¿El jardín existe?
-¡Sí! –respondió su hermana- y también Elliot, todo es real… ¿No vas a comértelo?
-Es que… no me atrevo, nunca me he atrevido. He ido muchas veces al Jardín de los Dulces y cada vez he cogido un caramelo, pero nunca he sido capaz de quitarle el envoltorio y comérmelo. Siempre me he despertado antes de poder hacerlo…
-¿Y si has estado porqué me llamaste mentirosa cuando te lo conté?
-Porque estaba convencido de que sólo era un sueño y tenía miedo de que si lo ibas contando por ahí te llamasen loca –dijo el niño con los ojos llenos de lágrimas-.
-Sólo te lo quería decir a ti y porque Elliot me dijo que también te conocía… ¿Es que no vas a comerte el caramelo o qué? He renunciado a una galleta de chocolate por traértelo, así que espero que este sí que te lo comas…
El niño se comió el caramelo que su hermana le había traído y muchos más, ya que a partir de esa noche ambos continuaron yendo al Jardín de los Dulces para que el Gran Árbol les diese cada noche uno de sus dulces favoritos.
Y es que… gracias a su hermana pequeña, Erick por fin fue capaz de creer en que la magia está ante los ojos de quién sea capaz de creer y sepa dónde mirar…
6 comentarios:
Acabarían gordos y con los dientes hecho añicos...por las caries...
Es que los cuentos los estropeo, verdad ??
Besis
El día que una cría de tres años me suelte un "Sin lugar a dudas" me quedaré fascinada.
pd: ay, Erick, si es que no se puede dejar de creer con 6 años, que esos son muy pocos...
¡miau
gigante
de
pastel!
Precioso cuento, María.
¡Qué importante es tener un poco de fantasía para vivir!
A mí me hubiera encantado visitar ese jardín de los dulces y conocer a Erick... Voy a pensar qué le pediría, por si acaso...
Besos.
María es precioso, triste y alegre porque como buen cuento tiene final feliz pero... ¿cúantos niños como Erick dejan de creer? bien porque se les obliga o no les queda más remedio.
Muchos Besos
"¡De ningún modo podría ser una señora y mucho menos una amapola! "
Me ha encantado. Un cuento que se dirige a los más pequeños con todo respeto y como se merecen, sin tratarlos con afectación o como si fuesen tontitos.
Felicidades.
Me encanta; hacía tiempo que no me paseaba por aquí, y sinceramente me ha encantado.
Este cuento es tan tan mágico... que lo copiaía y lo releería un montón de veces.
felicidades María
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