1/7/08

Ella (cc. 105)

-Ella tiene la piel del color de la tierra mojada… -dijo Ismael al tiempo que apoyaba la cabeza sobre el frio cristal y su mirada se perdía en la inmensidad de un horizonte que jamás volvería a ver-.

-¿Qué sabrás tú de la tierra si tus pies no han ido nunca más allá de la ciudad? –replicó Charlie sin levantar la vista del tarro de cristal en el que torturaba a una pequeña lagartija que había encontrado unas horas antes en la estación-.

-Y sus ojos… -continuó divagando, absorto en sus pensamientos, el muchacho- te invitan a perderte en la inmensidad del mar más azul que puedas imaginar…
-¡Tú nunca has visto el mar!

-Y su pelo, es tan suave… A simple vista parece algodón de azúcar con sabor a chocolate.

-¿Qué pretendes? ¿Tratas de averiguar la cantidad de pamplinas que eres capaz de decir?

-Y su olor, todavía puedo percibirlo –continuó Ismael haciendo caso omiso de las palabras de su hermano-, es cómo si lo llevase incrustado en la nariz y ni nada ni nadie pudiese borrarlo.

-¿Tampoco el aliento pestilente de la señorita Simonds? –rió Charlie, quien continuaba sin dar tregua ni respiro al indefenso reptil-.

-Si hubieses podido conocerla, te habría conquistado a ti también.

-Claro, claro, claro…

-Hablo en serio Charlie, ella es la persona más maravillosa que he conocido en toda mi vida. Algún día…

-¿Algún día?, ¿algún día… qué?

-Algún día… cambiarás de opinión. Ya lo verás…

-¡No! –gritó el muchacho-. No voy a cambiar de opinión porque nunca voy a conocerla, nunca, ¿me oyes? Nunca voy a conocerla porque tú tampoco volverás a verla jamás.

Ismael contemplaba con tristeza a su hermano pequeño sin dar crédito a lo que acaba de escuchar. A cada segundo que pasaba se sentía más y más mareado y, ahora, una extraña y nauseabunda sensación se había apoderado de la boca de su estómago. Las fuerzas le flaqueaban y estaba empezando a ver borroso.

Por su parte, Charlie, que tal vez esperaba que sus palabras tuviesen algún tipo de réplica por parte de su hermano y, así, tener la posibilidad de continuar chillándole, levantó (por primera vez en decenas de minutos) la mirada del frasco de cristal que sostenía con ambas manos y dijo:

-¿Es que no vas a decir nada?

-Ella no tiene la culpa de nada, Charlie –logró decir, no sin esfuerzo, Ismael-.

-Ella, ella, ella… ¿es qué no sabes decir otra cosa?, ¿no eres capaz de hablar de algo que no sea ella? Es que… ¿acaso no tiene nombre?

-¿Realmente te importa cómo se llama? –le preguntó su hermano mayor con un mínimamente perceptible hilo de voz, quien apenas lograba ya mantener los ojos abiertos y articular palabra de manera coherente-.

-¡No! –volvió a chillar-. ¡Por supuesto que no me importa! No es más que una negra de mierda. Por su culpa estamos en este maldito tren. Por su culpa nos vamos a una ciudad dónde no conocemos a nadie, no tenemos amigos y… -Charlie no pudo continuar hablando. Sabía que si lo hacía era muy posible que se echara a llorar y no estaba dispuesto a ello-.

-Ella no tiene la culpa de nada… –dijo Ismael reuniendo todas las fuerzas de las que ya apenas disponía y perdiendo el conocimiento sobre el asiento que ocupaba-.

Mientras tanto, en el vagón contiguo, el señor y la señora Kilpatrick daban buena cuenta de generosas tazas de chocolate caliente y pequeñas pastas de mantequilla. Ambos, desconocedores de lo que ocurría en el vagón en el que viajaban sus dos hijos, estaban satisfechos y se alegraban de la decisión que habían tomado.

Esa chica era del todo inaceptable para su primogénito. Carecía de buen apellido y cuantioso poder adquisitivo y, además, el tono oscuro de su piel mancharía de manera notoria a los futuros portadores de un apellido como el suyo.

Charlie oyó como algo caía al suelo y rodaba, pero no le echó cuenta hasta que ese algo chocó contra uno de sus recién estrenados zapatos. Al agacharse para ver de qué se trataba vio cómo el brazo izquierdo de su hermano colgada del asiento. Su mano, entreabierta y, en el suelo, el frasco de treinta cápsulas para las migrañas de su madre que habían comprado esa mañana en la botica. Frasco ahora vacío.


Para leer más historias con el mismo principio, visita: El CuentaCuentos.

8 comentarios:

Pedro dijo...

Vaya, qué terrible. Por desgracia estas cosas suceden. sigues teniendo ese estilo que me encanta para tratar lo cotidiano, para que tus cuentos parezcan reales, casi una ventana ante una escena.

Una preciosidad, vamos :)


Un abrazo,



Pedro.

Jara dijo...

En cada diálogo del protagonista se esconde poesía en prosa,seguro q lo has visto ;)


No me ha gustado el final, pero será porque no no veo el día de esa forma. Era una opción, pero no me pega con la historia (yo que soy muy mía)


1 besote niña azul

Sara dijo...

Un problema que creemos casi extinguido y, sin embargo, parece que tan solo está silenciado...

Sencillo pero intenso.

Genial.

Pugliesino dijo...

Llama el color de la tierra a la tragedia en los textos que he leído. Más no es ella sino el ser humano el que la provoca.
Un relato en donde el amor sucumbe impotente frente a la intransigencia de una,tristemente real,sociedad que marcó una época y cuyo pensamiento aún persiste en muchos lugares.
El racismo,el maltrato a las personas,a los animales,la prepotencia,la vanidad,el odio,todo ello viajaba en ese tren.
Un abrazote y a seguir que hay mucho por hacer por personas como ella!

tormenta dijo...

Hola nena,
muy bien escrito, el final aunque se ve venir, es algo brusco, lo que no sé si es bueno o malo. A mi me gustan un montón, pero siempre depende de cómo te agarre la historia.
Se te da bien esto de la denuncia social.
un besillo

Rebeca Gonzalo dijo...

Es terrible que sucedan cosas así y es que aunque sea sólo una historia, bien podría ser realidad según en qué momento y en qué sociedad o país. El final se podía adivinar, pero creo que ha sido un poco precipitado. No obstante me ha gustado el conjunto, aunque resulte un poco trágica la historia. Me he sentido viajar en ese tren, como si fuera espectadora de una película que sucedía a mi alrededor. Un saludo.

VaNe dijo...

Ismael (¿no tendrá un velero, no? jajajaja) es un poco idiota (para mi) antes de tomarse las pastillas, ¡haber saltado del tren! A lo mejor el final era el mismo, pero a lo mejor no y podía volver con la chica.

Otra historia TERMINADA para la saca! ;)


Kesitossssssss! :******

La poetisa incierta dijo...

Hola María, una vez más me ha gustado mucho tu cuento, esta vez en lugar de tierno y dulce, muestras una realidad "asquerosamente cierta" el racismo y sus consecuencias, el amor a veces es juzgado, nadie lo entiende ni respeta.
Hasta que algunas veces, termina con un final trágico, aleccionador.
Felicidades!!!